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caminata I

Hace un par de noches que vengo pensando en esto, he tenido mucho tiempo para pensar últimamente -o me lo he dado-, pensar-escribir, escribir-pensar. Quisiera más ratos como este, en que lo único que me preocupa si es que algo me preocupa, es la cantidad exacta del siguiente pasaje de camión, no es que en realidad me interese el pasajeo el salario del chofer, o la butaca que me corresponderá gracias a mis infructuosos cuatro pesos; más que nada es porque en caso de no tenerlos tendría que preparar las piernas para una caminata de esas que siempre terminan siendo agradables después de los primeros veinte minutos -estrictamente después de esos primeros veinte-.

La inmortalidad del cangrejo
es un tema que ya ha sido agotado -o por lo menos pretendo verlo así-, resulta entonces que hay más temas en qué pensar, la radio, la casualidad por ejemplo; no sé por qué, pero me suena a buen tema para meditar, de cuando acá se le ocurrió a un no sé quién quitarle las perillas a la radio, o sacarle los bulbos; definitivo que la era de los transistores, lo digital y los botones no es lo mío, el sabor de sintonizar a mano no es transferible en estas circunstancias, no hay como moverle a la perilla y localizar la voz más nítida del locutor presentando a continuación a José José el príncipe de la canción...en todo su esplendor -antes de la cortisona claro está-.

Mover la antena como capturando la señal perfecta cual si fuera caña de pescar con el pez en el anzuelo. Hasta cierto punto excitante.

Las baterías, esa baterías que tanto detesto, no pasaría lo mismo si fuera de las triple A o doble A; pero son de esa gordotas y por sifuera poco, utilizan de a cuatro, es una grosería eso que hacen con los radios de ahora, ya para los cuarenta minutos vendría ofuscado por dentro, cosa que no pasaría arriba del camión, porque no tarda más de treinta y cinco minutos, no me daría tiempo para llegar al tema de las baterías gordotas, por eso me preocupano tener los cuatro pesos, porque sé que después de las baterías llega el tema de los contactos de luz, el tamaño de los numeritos en la pantalla que cada vez son más pequeños, pareciera que ahora sólo hacen radios para personas que no usan anteojos, mugre de mercado. Es una pesadilla.

Ya llegados los otros quince minutos de camino a casa seguro que los ocuparía -como ya lo dije antes- en el tema de La Casualidad, ese ni siquiera debería ser tema de camino a casa, las casualidades no existen, vaya blasfemia que me he aventado me encanta vivir repleto de blasfemias-, pero así debería ser, una casualidad en realidad no es casualidad; la gente intenta engañarse todo el tiempo haciéndose pensar cosas por el estilo:
- ah, que casualidad, mira dónde nos vinimos a encontrar, ven; te invito un café.
- ay sí, claro, con mucho gusto.

Como si no supiera que va a esa escuela y sale a la una de la tarde, siempre a la una.


A esas casualidades me refiero. Si existen otras no sé cómo habrían de llamarse, pero éstas no existen.

Una casualidad es uno de esos acuerdo entre dos personas, todo predeterminado para conseguir un aquí-ahora, -termino que surge en una caminata que lleva más de media hora claro está- ese tipo de encuentros de internet sin previo aviso, de visitas a centros de artes, de cafés, de paradas de camión. De cómplicesinvoluntarios -o voluntarios ya no sé- de acuerdos en común, todo en silencio, asífunciona este negocio de las casualidades; uno pone y otro dispone, no sé cuando éste dicho se tornó a algo divino, eso de Uno pone y Dios...,meras adaptaciones casuales -otra vez esa palabrita-.

Este tipo de ocasiones consiguen darme el tiempo necesario para pensar ya pasados los cincuenta y cinco minutos, mismos que utilizopara recordar todo lo necesario y ofuscarme pensando en radios y casualidades, es entoncesque se me agotan los márgenes de ideas y comienzo a pensar en la construcción muscular de mis piernas, de lo cansado que resulta no tener cuatro pesos, en la frase trabajar como negro para vivir como blanco, en lo rápido que se gasta el trabajo de un negro pagando camiones, en la suela de los tenis;creo que las mejores suelas de tenis vienen de noches como esas donde uno se cansa tanto al caminar que podría diseñar algo menos doloroso y molesto. Ya llegados los sesenta minutos, lo único que queda es secar sudores, saborear sales y flexionar las piernas cada semáforo en verde para alimentar la esperanza de llegar a casa antes de la madrugada, y antes que salgan los malandros a picotear gente por puro amor al deporte; ya ni preguntan si uno trae un peso para darles, ahora preguntan si uno trae cincopesos; nomás con que me salgan con esas babosadas, no tuve ni los cuatro para venirme en camión , ahora voy a traer para darles cinco a ellos.

Ahora lo único nefasto -pero cómico a la vez- podría ser que llegue a donde se supone está mi casa y casualmente no esté, se haya esfumado, desaparecido, huido, extraviado, escondido o qué sé yo; pero eso no pasa tan frecuente, por lo menos no dos veces en la misma semana. No hasta ahora.